Cuando participo en conferencias en Europa me preguntan cómo se explica que los electores brasileños prefirieran elegir presidente de la República a un hombre notoriamente defensor de la tortura, la homofobia, el paramilitarismo, el machismo y la dictadura. Cómo entender que la mayoría haya elegido a un candidato que considera más importante armar a la población que reducir la desigualdad social.

¿Por qué los electores no optaron por Haddad, Alckmin, Meirelles, Ciro Gomes o Álvaro Dias?

Mi respuesta es siempre “pregúntenle a la historia”. A ella recurro. ¿Cómo fue posible que después de 15 años de Estado Nuevo (1930-45), un régimen dictatorial que se caracterizó por una dura represión, la censura de prensa y la promulgación en 1937 de una Constitución fascista, conocida como “la polaca”, Vargas haya sido democráticamente electo presidente de la República en las elecciones de 1950?

¿Cómo explicar que la nación de Kant, Beethoven, Bach, Goethe y Einstein haya optado por un austríaco racista y genocida, Adolfo Hitler, para dirigirla? ¿Y la Italia de Dante Alighieri, Maquiavelo, Da Vinci y Miguel Ángel, un fascista como Mussolini?

Los electores no siempre votan con la razón. Muchos votan con la emoción. Insatisfechos con el estado de cosas, optan por el extremo opuesto con la esperanza de que, con un pase de magia, todo mejore. Muchas veces el voto no se emite propiamente a favor de un candidato que cuenta con la preferencia del electorado, sino contra todo lo que critica y promete combatir, como sucedió en la elección de Jânio Quadros para la presidencia en 1960. Asumiendo como símbolo de su campaña la escoba, prometió barrer la corrupción y a los corruptos de Brasil… Idem con Collor en 1989, que ostentaba el título de “cazador de marajás”.

Hay una buena dosis de irracionalidad en quienes votan contra esto o aquello, movidos por el odio y la sed de venganza. Mientras más demonizan a los adversarios, más mitifican al candidato preferido, como si la política prescindiera de instituciones democráticas y dependiera únicamente de la voluntad personal del electo. Esos electores no votan a favor de un proyecto de nación y de propuestas consistentes, sino contra aquellos que, en opinión del escogido, representan el mal.

En Brasil, la reducción del tiempo de la campaña política, las restricciones a los mítines y la propaganda electoral hacen que las candidaturas no favorezcan la educación electoral y política. De ahí que un clima de revancha tienda a suplantar la reflexión cívica, el debate democrático, la evaluación de los candidatos y sus propuestas.

Pregúntenle a la historia quién gana elecciones y ella seguramente les responderá que no son necesariamente los mejores, sino aquellos que son capaces de servir de imán a las insatisfacciones y frustraciones de la población. En países en crisis y cuya nación carece de conciencia histórica, los electores no buscan solución, sino salvación. Ya no son un pueblo, forman una masa.

“La masa es extraordinariamente influenciable, crédula, acrítica; para ella no existe lo improbable. Piensa en imágenes que se evocan unas a otras, como en el individuo en estado de asociación libre, cuya coincidencia con la realidad no se mide por una instancia razonable. Los sentimientos de la masa siempre son muy simples y exaltados. No conoce la duda ni la incertidumbre. Pasa rápidamente a extremos; la sospecha exteriorizada se transforma de inmediato en certeza indiscutible; un germen de antipatía se transforma en odio salvaje.

“Quien desee influir en ella no necesita buscar argumentos lógicos; debe pintar con imágenes fuertes, exagerar y, siempre, repetir el mismo discurso. Como la masa no tiene dudas en cuanto a lo que es verdadero o falso, y tiene conciencia de su enorme fuerza, es, a la vez, intolerante y creyente en la autoridad. Respeta la fuerza y solo se deja influir moderadamente por la bondad, que considera una especie de debilidad. Lo que exige de sus héroes es fortaleza, incluso violencia. Quiere ser dominada y oprimida, quiere temer a sus señores. En el fondo, enteramente conservadora, siente una profunda aversión por todo progreso e innovación, y una ilimitada reverencia por la tradición.” (Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, 1921).

Frei Betto es autor, entre otros libros, de la novela Hotel Brasil (Rocco).